PREMIOS DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE CIENCIAS FISIOLÓGICAS


Entrega del II Premio Antonio Gallego al Prof. José María Delgado


 

Durante los pasados días 24-26 de Septiembre de 2014, se celebró en Granada el XXXVII Congreso de la Sociedad Española de Ciencias Fisiológicas. De entre las excelentes actividades llevadas a cabo, queremos resaltar en este momento la entrega del Premio Antonio Gallego al Prof. José María Delgado García. La presentación del Dr. Delgado la realizó el Prof. Alberto Ferrús.

 


Presentación del Premio a cargo del Prof. Alberto Ferrús


nnn Un acto como éste suele seguir una pauta habitual en la que yo debería recitarles el CV del
premiado siguiendo un formato ortodoxo. Como pueden imaginar, yo no lo voy a hacer así porque
prefiero la heterodoxia. Les describiré el perfil personal de José María construyendo sobre uno de
sus textos que me parecen más reveladores. Es aquel en el que nos dice: “al científico habría que
adscribirle cualidades de labrador y de poeta. De labrador, en tanto que abre surcos en la tierra
para revelar sus secretos y sembrar el conocimiento que otros han de cosechar. De poeta, porque
siendo los surcos del labrador incapaces de profundizar en el cerebro, el poeta puede fácilmente
sumergirse en la introspección y emerger con bellas metáforas que unen memoria y deseo”. Este
texto, a la vez que bellísimo, describe con precisión a José María y a su trabajo.
Labrador y poeta, sin embargo, se forjaron
 en la primera juventud y no me parece casual que
estudiara en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Carmona, su ciudad natal, dedicado a
“Maese Rodrigo”. Fue este un teólogo del siglo XV, profundamente interesado en las propiedades del
alma y autor del libro “Tratado de la inmortalidad del alma”, un tema que ha marcado las
inquietudes profesionales y personales del premiado. Cabe imaginar que, en otro tiempo pasado,
quizás hoy estaríamos celebrando a un teólogo más bien que a un neurocientífico. Pero nos alegramos
de que decidiera implantar electrodos en lugar de manos
sobre el cerebro.
Tampoco es casualidad que, tras su licenciatura en Medicina en 1969, sus trabajos de
doctorado fuesen sobre las relaciones entre los núcleos amigdalinos y el hipocampo con el Prof.
Diego Mir en la Universidad Hispalense que concluyeron con su PhD en 1972. Como tampoco es
casualidad que, además de su licenciatura en Medicina, se especializase en Psiquiatría con los
prof. Ramón Sarró en Barcelona y Alonso Fernández en Sevilla. Por cierto que el hecho de que el
Prof. Sarró fuese alumno de Sigmund Freud convierte a José María en “nieto” del fundador del
Psicoanálisis a pesar de la relativamente baja consideración que se tiene hoy sobre la
interpretación Freudiana de la psique. De nuevo cabe imaginar a José María convertido en un
psiquiatra de acaudalados pacientes pero, si hubiera sido así, me temo que hoy no estaríamos
celebrando nada.

Nuestro labrador continuó surcando el control neural de las conductas emocionales y la génesis de
ritmos ultradianos de la mano del prof. Rodríguez Delgado en la Universidad Autónoma de Madrid
hasta 1975. Esos estudios mostraron la respuesta diferencial a un mismo fármaco tranquilizante
dependiendo del contexto social del mono. En esos años, dos breves estancias en Oxford (Prof.
Stein) y Sussex (Prof. Boakes) le permitieron consolidar su entrenamiento sobre las bases
fisiológicas del aprendizaje y el control motor desde el cerebelo. Estos primeros ejercicios se
materializan, a partir de 1976 con las estancias en Iowa (Prof. Rodolfo Llinás) y New York
(R. Baker), en el eje central de su futura actividad
investigadora: “el control motor de los movimientos oculares”, tema que constituye la seña de


identidad de su carrera científica y por lo que es mundialmente conocido. El broche final de su
periodo de formación tuvo lugar en Paris (Prof. Alain Berthoz) trabajando sobre el control
postural.

En 1978 regresa definitivamente a España (U. Sevilla) creando el laboratorio de Neurociencia en la
Facultad de Ciencias Biológicas, a pesar de las dificultades que los cotos laborales han
representado en el sistema universitario español desde tiempo inmemorial. Trasladado en 1999 a la
U. Pablo de Olavide, donde actualmente reside, ha guiado la formación de muchas generaciones de
profesionales de la neurociencia que han colonizado múltiples centros en Europa y Latino-América.
Merece una mención especial el Curso Nacional de Neurociencias que diseñamos y dirigimos
conjuntamente durante 24 años, todo un reto de permanencia en la historia académica española.

En total, han sido casi 40 años de fructífera actividad como labrador de la ciencia, materializada
en más de 200 publicaciones. Sus estudios sobre el control motor ocular y facial, así como sobre
los mecanismos glutamatérgicos, colinérgicos y dependientes de óxido nítrico que subyacen al
mantenimiento de la percepción visual y el equilibrio postural son hoy referencia obligada en el
campo. Más recientemente, sus estudios sobre aprendizaje y memoria en ratones transgénicos y en
conejo han constituido su actividad principal. Especialmente destacable es el hecho de que sus
estudios sobre la identificación de los contactos sinápticos entre CA3 y CA1 en el hipocampo
representan el sitio crítico para la adquisición de un aprendizaje motor, hayan sido reconocidos
como uno de los 10 descubrimientos más relevantes en 2006 según el criterio de la revista Science.

Otros hallazgos destacables de su carrera investigadora incluyen: i) la recuperación de las
propiedades funcionales de la motoneurona ocular tras la lesión dentro de un período crítico;
ii) la caracterización anatomo-funcional de los sistemas tronco-encefálicos que controlan los
movimientos oculares, faciales, linguales de tipo respiratorio; iii) explicación del síndrome
oftalmoplegía internuclear; iv) descripción de la cinética de los movimientos palpebrales reflejos
y aprendidos demostrando que éstos están controlados por osciladores cuya frecuencia está en razón
inversa al tamaño del párpado; y uno de los últimos, v) que es la corteza motora, y no el
hipocampo, donde deben residir los cambios estructurales que la memorización de un aprendizaje
motor conlleva.

En su vertiente como poeta, cabe incluir más de 50 artículos de prensa y ensayo. José María es muy
amigo de sus amigos y, consecuentemente, digamos que … “está poco dotado para el pasteleo”. Así,
tuvo palabras muy sinceras para honrar la memoria de Rosario Valpuesta, la primera Rectora de la
Universidad Pablo de Olavide cuando un corifeo de “carguillos” decidió organizar un acto de
homenaje tras su prematura muerte. Entre circunloquios y floridos halagos, algunos provenientes de
bocas que no dudaron en denigrarla en vida, José María envió un texto escrito desde el corazón. Ni
que decir tiene que nadie se atrevió a leerlo en público. En la misma tónica, un reducido grupo de
colegas recibimos puntual noticia sobre eventos que bien podrían agruparse en un “Compendio de la
insensatez académica”. Entre esas joyas figuran los cursos universitarios de especialización,
presupuesto incluido, para … “costaleros de Semana Santa”. O bien, la creación de una comisión de
la Facultad de Ciencias para “el control de las tapas del bar”. A todos nos gustaría que fuese de
otra forma pero

hechos como éstos son parte inseparable de nuestra Universidad. Puede decirse que José
María es poco transigente con la estupidez humana y, con buen tino, ha llegado a definir a la
Universidad como un “lujoso asilo de jóvenes”.

Ha recibido otros premios como el “XIII Maimónides” de la Junta de Andalucía pero, este de la SECF,
tengo la impresión de que lo recogerá con cariño especial por cuanto, a diferencia de la mayoría de
otros premios, este viene concedido por colegas de la profesión y, por tanto, reconozcámoslo,
competidores en la dura lucha por la escasa financiación. Por esa circunstancia, la concesión es
una generosa señal de reconocimiento por parte de esta
sociedad.
Por último, aunque los premios se conceden a personas individuales, el trabajo nunca es
unipersonal y, en este caso, además de reconocer la contribución de generaciones pasadas y
presentes de alumnos y colegas, ha de ser reconocida la contribución muy especial de la Profa.
Agnés Gruart, tanto en el papel de labrador (como colaboradora científica) como en el papel de
poeta (como musa inspiradora). Vaya, por tanto, mi felicitación a ambos. Que lo disfrutéis
con salud.

 


Discurso de aceptación a cargo del Prof. José María Delgado



Buenos días a todos.

Por supuesto, en primer lugar quiero dar las gracias a la Junta Directiva de la Sociedad Española de Fisiología por el honor que me hace al concederme este premio “Antonio Gallego”.

El honor que me hace y las posibilidades que me ofrece, como ahora verán. En
Sevilla, donde resido, hay dos posibilidades de estrenar corbata: una cada Domingo de Ramos y la
otra cuando te dan un premio… Aunque esta segunda no tiene, desafortunadamente, carácter anual,
siempre es bienvenida, al menos sea por lo sorpresiva. La otra posibilidad que este premio me abre
es la de adentrarme en las nieblas del pasado en busca de recuerdos y aprendizajes, de
conocimientos adquiridos y de anécdotas vividas. Es lástima que mis capacidades como historiador
sean más que limitadas, tanto que para cuando mi Universidad me jubile tengo más posibilidades de
sobrevivir como panadero que como autor de libros de memorias. Aun así, gracias a los documentos
desperdigados por mi despacho he encontrado que mi primera comunicación científica fue durante la
decimotercera reunión anual de la SECF, que tuvo lugar en Madrid en 1971, donde por cierto tuve
ocasión de charlar muy brevemente con el Prof. Antonio Gallego. Con el tiempo, coincidí varias
veces con él, sobre todo durante las incipientes reuniones que precedieron a la creación de la
Sociedad Española de Neurociencias.

Han pasado muchos años y mucho ha cambiado la fisiología, los fisiólogos y la sociedad española
desde entonces, pero como les decía, mis artes historiográficas son más bien limitadas y tampoco es
que guarde un álbum fotográfico que nos ayude a dar ese paseo de más de 40 años. Por lo demás,
estuve todo el tiempo pensando si recurrir a las socorridas ilustraciones… Ya saben aquello de que
una mala ilustración es mejor que cien palabras mal dichas. En este mundo actual de imágenes
saltarinas y de frases entrecortadas (tuiteadas, habría que decir), he preferido seguir a Martin
Heidegger. Sí, a ese filósofo oscuro como el interior de una sepultura cuando dice que “el lenguaje
es el lenguaje del ser, como las nubes son las nubes del cielo”. Por lo tanto, en vez de ofrecerles un viaje por
eventos, fechas, diagramas y fotografías, les trataré de llevar por algunos mundos interiores, que
son también el sustrato de nuestras vidas respectivas y, hete aquí, el objeto de nuestro trabajo
intelectual. Pero, eso sí, con la ayuda de modestas y simples palabras y no de una reluciente
imaginería.

Para Aristóteles, los fisiólogos no éramos esos destripadores de ratones, como la gente sencilla y
la prensa no especializada nos conoce, sino aquellos seguidores de Tales de Mileto, es decir, los
milesios, los cuales asumían que el mundo, que el universo, que todo lo que existe se podía
entender. En realidad, estas no dejan de ser buenas noticias, incluso más de 2300 años después,
aunque a veces tengamos la duda subrepticia de si lo que entendemos es la realidad que nos rodea y
no algo aparente y accesorio. Por otra parte, también parece razonable que no se sepa todo de
inmediato, no vaya a ser que nos quedemos sin trabajo… Ya habrán caído en la cuenta de que si
constructores, albañiles y comerciantes han ido al paro ha sido por que ahora se construye muy poco
y las ventas han disminuido de modo alarmante. Pero, ¿sabemos ya tanto del Universo y de la vida
para que los científicos vayamos también al paro?

Dejemos estar esta cuestión y vayamos al meollo de nuestras cuitas. La realidad que nos rodea es
real y al tiempo inimaginable. El universo tiene mucho de cuántico y también algo de cuentista.
Parece que entendemos la vida, pero a veces se nos escapa por falta de sentido. Alguien escribió
que nuestro cerebro nos engaña, pero nada más falso para mí. Es la realidad la que nos cuenta
cuentos, nos narra historias a la manera de Cervantes, a la manera de Dickens e, incluso, a la
manera de Iker Jiménez. Y todo esto porque solemos olvidarnos del filósofo cuando nos sugiere que
la cara oculta de la realidad es justo la que se ve, mientras nosotros (como científicos que
somos) nos empeñamos en buscarla detrás, debajo, o dentro de las cosas. Así por ejemplo, los
físicos cuánticos se metieron dentro del átomo, que habíamos quedado en que no se podía dividir y
encontraron cosas, por así decir, más diminutas, como los protones y los neutrones, las cuales a su
vez se dividieron en decenas de partículas, incluidos los quarks. Por su parte, la mayoría de
estudiosos de los seres vivos recorren con facilidad los niveles de integración cuando van de lo
grande a lo pequeño, de lo integrado a lo simple, pero suelen cometer errores de bulto cuando
ofrecen explicaciones en dirección opuesta.

En cualquier caso, los fisiólogos de un par de siglos a esta parte nos ocupamos, aparte de dar
clases, del entendimiento de los procesos o de los fenómenos que tienen lugar en los seres vivos y,
si hay tiempo, de las relaciones de estos con su entorno físico y social. En mi caso, y por aquello
de que el trabajo no llegue a faltar, me centro en el estudio de las, por así decirlo, complejas
funciones cerebrales. Y de nuevo, surge una pregunta similar a la anterior: ¿Es el cerebro
inteligible? En realidad, esto parece similar a preguntarse ¿quién soy yo? Permítanme adentrarme
en estas enrevesadas cuestiones comenzando con una historia completamente apócrifa. Bueno, no se
extrañen, ya les dije que como historiador no podría ganarme la vida fácilmente.

Una tarde de hace 341 años, tres meses y un par de días, Isaac Newton está tumbado bajo un umbroso
manzano y en esto que ve caer a tierra una manzana. Queda un tanto perplejo, pero en los segundos
siguientes, Newton se hace la pregunta que distingue a los genios del resto de los mortales: ¿Se
habrá derrumbado mi caballo también? se dice para sí mismo. Mira al árbol contiguo, pero el caballo
sigue allí erguido sobre sus cuatro extremidades, como un taburete viviente, capaz de flexionar las
patas y de cambiar de lugar, sin que nadie lo tenga que mover desde fuera. Años más tarde, Newton
da con la ecuación que describe la aceleración con la que las manzanas caen al suelo y de nuevo le
asalta una duda similar. ¿No sabrá también este caballo que fuerza es igual a masa por aceleración?
(Bueno, esto se lo pregunta en otros términos, más adecuados al siglo XVII, pero algo complicados
para nuestras mentes contemporáneas). Si no se sabe al dedillo la ecuación, ¿cómo calcula el
caballo mi peso o mi peso más el del carricoche que le engancho? Newton está entonces más cerca que
nadie en la historia de descubrir que hay una parte importante del cerebro, esto es, toda aquella
relacionada con el comportamiento motor y con las acciones musculares que nos permiten cambiar de
sitio con cierta velocidad, amén de con precisión y elegancia. Pero Newton prefiere centrarse en
la descripción del movimiento de los graves inertes, así como de complejos cálculos diferenciales y
de transformaciones geométricas que llegan a los confines del Sistema Solar. No será hasta
nuestros días que empecemos a aceptar que desde el punto de vista motor los cerebros de los
animales (incluidos los nuestros) se pueden explicar desde fuera y desde dentro mediante similares
ecuaciones matemáticas. O bien desde fuera calculamos las fuerzas, los tiempos y el orden en que
los distintos músculos se han de contraer y relajar para movernos en un espacio de tres dimensiones o bien introducimos un racimo de electrodos en el cerebro que queremos estudiar y registramos las frecuencias de potenciales de acción que se
producen en los distintos centros neuronales motores y premotores que activan a los músculos.
Haciendo esto de modo apropiado, seguro que llegamos a la conclusión de que fuerzas biomecánicas y
frecuencias de potenciales de acción han de ser equivalentes.

Probablemente todos los presentes estarán de acuerdo en que esta importante fracción del cerebro la
podría entender cualquiera, tal vez con algunos detalles adicionales y unas cuantas gráficas e
ilustraciones, pero las otras funciones cerebrales son más difíciles de entender. Por ejemplo, ¿Qué
es sentir? ¿Quién ve dentro de mi cerebro la audiencia que ahora tengo delante? ¿Cómo se integran
en el cerebro forma, fondo, color y movimiento hasta generar una imagen completa e indeformable?
Como dijo Kant en su momento, cuando vemos un cuadro de grandes dimensiones asumimos que lo vemos
al completo y en el mismo instante. Nada más lejos de la realidad, porque lo vemos de modo
fragmentario, fijándonos en detalles aquí y allá, mientras el tiempo sigue su incansable devenir.
Aun así, pensamos que tenemos las Meninas al completo en nuestro interior y puede que más de uno
sea capaz de esbozarlas sin tener que recurrir al original o a sus reproducciones. También, una
sinfonía se alarga en el tiempo como las miradas sucesivas a un gran cuadro, pero una sinfonía
puede durar 30 minutos mientras el presente… ¿Cuánto dura el presente? Pongamos que tenemos
presentes unos segundos de la sinfonía, mientras que lo tocado yace en un pasado inasequible y lo
por tocar espera pacientemente en un futuro por llegar. ¿Es el tiempo un tornillo sin fin, donde el
presente representa una de las muchas vueltas, mientras las vueltas correspondientes al futuro aún
están por llegar? Ante tantas dudas y preguntas sin contestar, pienso que le tendrían que haber
dado este premio a otro científico, ya que yo no tengo respuesta para casi nada...
En fin, dejemos el problema del tiempo para los físicos (tampoco hay que ser acaparadores) y
quedémonos con el hecho de percibir, de conocer, incluso, de ser conscientes de que conocemos y
percibimos. Ser consciente de que hay un gato delante de nosotros implica que hay una peculiar
actividad neuronal correspondiente a dicha visión. Para explicar esto, ¿tenemos una herramienta
similar a la puesta en pie por Newton para los sistemas motores? Pues resulta que no. Salvo en la
transducción que tiene lugar en los receptores sensoriales, es decir, la conversión de diversos tipos de energía (luminosa, acústica,
presión mecánica, etc.) en biopotenciales, el fenómeno consciente de percibir no tiene una
conversión interna adaptable a los bits de información que supone lo percibido. Tal vez hay algo
extra en el mundo interior generado por los propios cerebros que desequilibra esa conversión. En
este sentido, el cerebro interpreta la realidad con una intención adaptativa. No importa tanto ver
el mundo tal como es, u oírlo en sus sonidos originales, sino que lo que se vea y se oiga ayude a
la supervivencia. Esta parte pues, la dejamos de momento en suspenso.

Volvamos a los estados conscientes. Ser consciente es ser consciente de algo. No hay consciencia
vacía, al menos así lo plantearon Husserl y sus discípulos fenomenólogos a comienzos del siglo XX.
Incluso, la conciencia del yo es conciencia de ella misma. De ahí que Jean-Paul Sartre en un día de
poca marcha en Montparnasse propusiese aquello de que “el ser de la conciencia es la conciencia del
ser”, sentencia por la que ha sido odiado por varias generaciones de estudiosos de ambas cosas,
esto es, del ser y de la consciencia. También el poeta granadino que todos ustedes conocen parece
referirse a la conciencia cuando dice en su Romance sonámbulo: “las cosas la están mirando / y ella
no puede mirarlas”.

Bueno, en lo que nos toca, este asunto de que la conciencia es siempre de algo dejaría lívidos (si
lo hubiesen sabido) a muchos de los que ahora escudriñan el cerebro (con ayuda de la tomografía por
emisión de positrones o de la imaginería por resonancia magnética funcional) en busca del substrato
cognitivo de percepciones, emociones y sentimientos. Vayamos al caso. Si uno sueña con imágenes u
oye voces de gente que le persigue ambas máquinas (PET y fMRI) detectarán actividad en las cortezas
visual o temporal del individuo afectado. Pero, esa es la percepción. ¿Dónde está la consciencia?
Si vemos un gato macho y después una gata hembra, las diferencias en ambas percepciones
¿representan la consciencia o la parte correspondiente a las herramientas de reproducción? Así
pues, para que podamos meter mano, como se suele decir, al estado consciente, frente a los estados
dormido y soñando habremos de resolver este no pequeño embrollo. Aunque de esta posible confusión
ya nos avisó Kant, cuando señaló que “los sentidos no entienden y el entendimiento no siente”. En
apariencia, es como si necesitásemos un segundo cerebro que no aparece por ninguna parte.

Así pues, y como cantaba Nat King Cole “vamos por el mundo cruel de fracaso en fracaso” y no tenemos pistas científicas firmes a las que agarrarnos. Ramón y Cajal, Sherrington, Eccles y otros
tantos describieron en detalle la biología celular cerebral y los rudimentos de su funcionamiento.
La biología molecular y la genética contemporáneas se han empeñado en buscar las explicaciones de
las capacidades comportamentales y de aprendizaje mediante cambios en la expresión de moléculas
singulares que tienen lugar en el interior neuronal. Pero así como las hojas de árbol no son
verdes en la oscuridad, y en esa situación no podríamos entender el fenómeno de la fotosíntesis,
así los receptores, mediadores, factores de transcripción y resto de proteínas con capacidades
funcionales no nos pueden decir mucho de lo que ya pasó o de lo que está por venir. En su caso,
habría que ver cómo está ocurriendo todo on-line, justo en el momento en que se está produciendo,
algo técnicamente difícil por el momento. Por otra parte, está el asunto de las propiedades
emergentes, el cual siempre merodea alrededor de este tipo de discusiones. Quien mejor lo ha
contado es Philip W. Anderson en un recordado artículo publicado en Science, en 1972. Dice así: “La
habilidad para reducir cualquier fenómeno a leyes simples y fundamentales no implica una similar
habilidad para para reconstruir el universo a partir de esas leyes”.

Nunca he llegado a encontrar el texto en el que Sor Juana Inés de la Cruz se supone que dice que la
imaginación es la loca de la casa. Por decirlo de otro modo, la imaginación se nutre de las
memorias disponibles y la memoria es como un cono invertido en el que un número pequeño de
recuerdos toca el presente, mientras que aquellos aumentan (o nos imaginamos que aumentan) conforme
nos dirigimos a la base. Para la mayoría de los neurocientíficos actuales la memoria se almacena en
cambios ultraestructurales en las conexiones sinápticas entre neuronas. Incluso, se asume que estos
cambios en la microestructura neuronal llegan a tener un reflejo neuroanatómico. En este sentido,
de todos debe ser conocido el estudio realizado hace unos años con los taxistas londinenses. En
base a dos hechos singulares (uno que Londres es una gran ciudad y dos que el hipocampo es la parte
de la corteza cerebral más relacionada con los recuerdos) se pudo comprobar que los taxistas de
esta ciudad tienen el hipocampo más grande que el de sus conciudadanos. Me pregunto qué hipocampo
no tendrán los astrónomos observadores impenitentes de un universo inconmensurable. Y si son
ciertas las teorías cosmológicas que hablan de un universo en expansión permanente, ¿qué futuro le
espera al hipocampo de estos industriosos investigadores? Sigo a la espera de que alguien emprenda tan interesante
estudio.

Todavía en relación con la memoria, no deja de llamar la atención que en un mundo en cambio
permanente, se almacenen los recuerdos con cambios adicionales, aunque sea en la microestructura
neuronal. ¿Cómo se distinguen esos cambios de los cambios que indefectiblemente ocurren en el
cerebro porque todo cambia? Atiendan a esta historieta. El profesor Erik Kandel, que recibió el
premio Nobel por el descubrimiento de CREB, un factor de transcripción relacionado con los procesos
finales de la fijación de la memoria, suele decir a los que asisten a sus conferencias que sus
cerebros al final de la misma serán diferentes que a su inicio, y esto debido a todo lo que van a
aprender. En mi opinión, la frase más correcta es que al final de cualquier conferencia sus
cerebros serán diferentes de cuando entraron, hayan aprendido algo o hayan estado durmiendo todo el
rato, porque no puede ser de otra manera. Mutatis mutandis, Cajal ya dijo mucho tiempo antes que
“todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”. Así pues, esta hipótesis
tiene ya un largo recorrido temporal.

En la práctica y aparte teorías sobre el caso, parece que somos los mismos todo el tiempo, “genio y
figura hasta la sepultura” reza el refrán español. Así pues, el cerebro no parece trabajar para el
cambio (como el Partido Socialista), sino por la permanencia (como los equipos en la cola de Liga
de Futbol Profesional). Por otra parte, fíjense qué contradicción. Muchos neurocientíficos no creen
en el efecto de las técnicas psicoanalíticas sobre el cerebro del paciente. Pero, a fin de cuentas,
tanto el psicoanalista como el conferenciante usan palabras para hacerse entender. Pero entonces,
¿Por qué las palabras del conferenciante sí han de cambiar el cerebro del oyente, pero no así las
del psicoanalista? Dejemos pues estos misteriosos cruces entre teorías científicas e intereses
mundanos y pasemos a otras cosas.

En cierta forma, el recuerdo es la adivinanza del pasado, mientras que determinados ritmos
biológicos son la memoria del futuro. Ya sabemos de memoria que vamos a estar muertos de hambre
pasado mañana entre las dos y media y las tres, así como entrevemos no sin cierta dificultad
aquello que nos sucedió hace tanto tiempo.
Si hechos y tiempos se deforman en la memoria abstracta relativa a acontecimientos y datos
cuantitativos, mucho más se altera ésta en compañía de sentimientos y emociones.

La emoción es una repentina caída en lo mágico que deforma y reinterpreta el mundo a nuestro antojo y necesidad. Algo parecido ocurre en los sueños, porque recuerden que Freud decía que el sueño es
la realización encubierta de un deseo. El espacio es coexistencia mientras el tiempo es sucesión,
pero con la memoria emocional hacemos que el tiempo se haga coexistente y el pasado ya inmóvil se
junte con el presente que fluye de continuo. También en los sueños tiempo y espacio se hacen
coexistentes.

Todo lo dicho hasta aquí es un resumen apretado de lo que aprendí y lo que destilé en tantos años
de laboratorio. Pero la tarea no se concluye nunca. Por otra parte, no hay que desanimarse si las
preguntas rondan y rondan por la cabeza, sin encontrar soluciones satisfactorias. Para eso están
ambas: preguntas y cabezas. En algún momento se puede encontrar alguna pista que nos lleve a nuevas
cuestiones, pero que al menos nos deje un rastro de satisfacción por el trabajo bien hecho. Aunque
en algunas versiones la letra de la canción está mal reproducida, recordarán al ilustre granadino,
Miguel Ríos, cuando cantaba aquello de que los viejos fisiólogos nunca mueren. A fin de cuentas,
ver el tiempo fluir y ver las cosas llegar y desvanecerse es una experiencia inaudita a la vez que
formadora. A este respecto les tengo que referir otra historia tan apócrifa como las anteriores.
Me contaron una vez que un viejo monje sintoísta decidió penetrar en el secreto de las cosas y
buscar el ser oculto tras las apariencias, porque ver y conocer las montañas y los valles o saber
la manera de extraer cultivos de la tierra ya estaba al alcance de los campesinos y de la gente no
educada. Tras muchos años de estudio, el viejo monje (más viejo aún supongo) dejó de ver las
montañas como tales, entendiéndolas como un conjunto de cuarzo y feldespato, de piedra granítica y
de piedra volcánica, de arena y arcilla entremezcladas. Y también supo de la complejidad de
elementos que forman el río siempre cambiante, o la pradera a veces verde y a veces yerma. Más
tarde aún aprendió que el cuarzo es en realidad un mineral del grupo de los óxidos, de fórmula
SiO2, que cristaliza en el sistema trigonal en forma de cristales prismáticos, y que la reluciente
arena es una meteorización de muchos tipos de roca, con una composición mineralógica tan compleja
que su estudio le llevaría muchos años más. Y así continuo experimentando y estudiando en busca del
conocimiento absoluto por la ruta del pensamiento razonado, hasta que un buen día recordó de
repente el kaikú de Matsuo Basho que le enseñaron tiempo atrás: “Apacible felicidad del día / El
monte Fuji velado / por la brumosa lluvia” Y desde entonces, como los campesinos y los poetas, sumido de nuevo en la apariencia de las cosas, volvió a contemplar las montañas como montañas, y disfrutar del lento fluir del agua por el río.
Creo que fue María Zambrano la que mejor criticó en la obra de Platón el actuar del filósofo y, por
ende, del científico, por contraposición al actuar del poeta. Para María Zambrano, “el filósofo
parte despegándose en busca de su ser.” Podríamos añadir que el científico se busca también en las
formas, partes, funciones y propiedades del mundo exterior. Incluso, cuando explora en su interior
lo hace desde fuera y a gran distancia mental. Tal vez queda más claro si pensamos que el poeta es
el que más sabe de sí mismo porque habla de un interior que le es propio sin solución de
continuidad. Por eso probablemente nos recuerda Juan Ramón Jiménez aquello de “no corras, ve
despacio, que adonde tienes que ir es a ti solo”. Por el contrario, el científico analiza, mide y
pesa las cosas, su propio cuerpo incluso, con la mayor objetividad que le es posible. Pero todos,
filósofos, científicos y poetas trabajamos con metáforas. Tan metáfora es afirmar que el planeta
Tierra es azul como las naranjas, como que el átomo es un sistema solar en pequeño. Sólo que los
científicos debemos culminar el trabajo y añadir coeficientes a la metáfora hasta hacerla coincidir
con la realidad o lo que entendemos de ella. Por el contrario, en opinión de Zambrano “el poeta
sigue quieto esperando la donación”, es decir, lo que su misma vida le da.
No quisiera terminar sin dar desde aquí las gracias a todos los que fueron mis maestros (Diego Mir,
José Manuel Rodríguez Delgado, John Stein, Robert Baker y Alain Berthoz). De todos ellos aprendí lo
que aquí he ido desgranando sobre el cerebro y sobre nuestra manera de estar en el mundo. Quiero
dar las gracias también a todos mis discípulos, los que colaboraron en los distintos laboratorios
en los que estuve y de modo extensivo a los 300 o 400 (son difíciles de calcular) que asistieron a
nuestros Cursos de Neurociencia tanto en la Universidad Iberoamericana de la Rábida como en la sede
en Carmona de la Universidad Pablo de Olavide. Estos alumnos están ya regados, por así decir, por
todo el mundo y espero conserven un buen recuerdo de nuestras enseñanzas.
Bueno, aquí debe haber un error porque dice que ahora mismo somos trending topic en Twitter. Era
una broma, pero daría igual si fuese verdad. Internet, los E-mails, la telefonía móvil y los
WhatsApps nos lo están poniendo todo en común. Pero recuerden que
comunicarse no es lo mismo que entenderse. Al final el sabio presocrático tenía razón: en el
lapso de una vida sería suficiente con entenderse a uno mismo.

Nada más y muchas gracias por su atención.

 

 

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