PREMIOS DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE CIENCIAS FISIOLÓGICAS
Entrega del IV Premio Antonio Gallego al Prof. Ginés María Salido Ruiz
Durante los pasados días 19 al 22 de Septiembre de 2018, se celebró en Cádiz el XXXIX Congreso de la Sociedad Española de Ciencias Fisiológicas. De entre las excelentes actividades llevadas a cabo, queremos resaltar la emotiva entrega del Premio Antonio Gallego al Prof. Ginés Mª Salido por su excelente labor científica realizada en España y su mantenido compromiso con la SECF. La presentación del IV Premio Antonio gallego la realizó el Prof. Emilio Martínez de Victoria-Muñoz.
Presentación del Premio a cargo del Prof. Emilio Martínez de Victoria
Discurso de aceptación a cargo del Prof. Ginés Mª Salido
Gracias, profesor Martínez de Victoria, querido Emilio, por tus palabras laudatorias que, sin duda, son reflejo de una sincera amistad que hemos sabido cultivar desde que, en 1974, me aceptaran como alumno interno en el Departamento Interfacultativo de Fisiología Animal de la Universidad de Granada, que dirigía el maestro Aurelio Murillo, y en el que tú eras, entonces, un brillante y prometedor profesor ayudante. A mí me asignaron como tutor al profesor Alejandro Esteller, pero como él se encontraba realizando una estancia postdoctoral en el Laboratorio de Fisiología de la Universidad de Cambridge, me indicaron que debía esperar a su regreso para iniciar mis experimentos. A pesar de su tardanza en regresar, que con mi ímpetu de aprendiz percibí como una eternidad, desde entonces Alejandro ha sido mi mentor y le agradezco públicamente cuanto me ha enseñado.
Agradezco también a mi rector, Profesor Segundo Píriz, la gentileza que ha tenido queriendo acompañarme en este, para mí, entrañable momento.
Si, como establece la Sociedad Española de Ciencias Fisiológicas, esta distinción se concede en reconocimiento a “la importancia de una carrera académica en el ámbito de la fisiología española, desarrollada mayoritariamente en nuestro país y con manifestaciones de especial relevancia en la enseñanza, la investigación y la construcción de estructuras y generación de condiciones para el avance de la biomedicina y las ciencias de la salud”, es más que evidente que quienes me han precedido en la recepción de este premio, los profesores Carlos Belmonte, José María Delgado García y Constancio González, son gigantes a cuya sombra yo he crecido.
Con el premio, los miembros de esta sociedad científica recordamos y rendimos homenaje al profesor Antonio Gallego Fernández, catedrático de Fisiología, primero en la Universidad de Cádiz y luego en la Universidad Complutense de Madrid, quien, en palabras de Rafael Alonso Solís, tuvo una importancia crucial en el desarrollo de la fisiología española en el siglo pasado y desempeñó un papel preponderante en el nacimiento y desarrollo de la Sociedad Española de Ciencias Fisiológicas.
Yo me uno hoy, aquí, al reconocimiento a todos ellos. Tanto a los que personalmente he conocido, como al Profesor Gallego, del que tengo conocimiento y admiración solo a través de su obra.
Gracias, señor Presidente, señoras y señores miembros de la Junta Directiva de la SECF, por la distinción que me otorgáis, y gracias también a todos ustedes, colegas, familiares y amigos por escucharme y acompañarme en este día en el que mis sensibilidades están a flor de piel.
En fin, si de lo que se trata es de “hablar de mi libro”, estén tranquilos. Les diré que no tengo ningún libro que venderles. Aunque sabemos que el ego de los universitarios es amplio, el mío no lo es tanto como para hablarles de mí, ni tampoco de mi curriculum. Aunque es cierto que he participado en obras colectivas de fisiología, con ellas he obtenido escasísimos ingresos por derecho de autor. A modo de ejemplo, el libro que edité titulado “Apoptosis: Involvement of Oxidative Stress and Intracellular Ca2+ Homeostasis” ha sido descargado 5.662 veces. Por dichas descargas he recibido cero euros, pero, eso sí, la editorial me aconseja que me descargue y ejecute en mi sitio web, la publique en las redes sociales o coloque en mi correo electrónico una insignia de autor para promocionar mi libro, en la que se lee: “Proud to be a Springer author”.
Evidentemente las editoriales, tanto de revistas como de libros, saben que los que nos dedicamos tan solo a la ciencia académica y a la investigación básica y desinteresada nos movemos por un sistema de recompensas que trasciende a la obtención de dinero. Claro que necesitamos dinero para vivir, pero nos interesan más las recompensas honoríficas que las económicas. Lo que finalmente nos estimula e impulsa a desarrollar y publicar nuestros trabajos de investigación es la íntima necesidad de transmitir conocimiento y el deseo de obtener reconocimiento entre nuestros colegas.
Permítanme que les recuerde lo que afirma Barry Barnes en su libro titulado “Sobre ciencia” y con lo que estoy totalmente de acuerdo: “El reconocimiento sólo se otorga legítimamente a científicos cualificados y únicamente por su investigación. De esta forma, los individuos ajenos a la ciencia no pueden utilizar su moneda y, en consecuencia, tampoco pueden influir en el criterio y la evaluación científicas. El sistema de reconocimiento se halla bajo el control total de la comunidad científica y está estrictamente prohibida cualquier acción que pudiera debilitar ese control. Este es el procedimiento que se utiliza para conservar la autonomía científica profesional. Si desapareciera la moneda secundaria, el reconocimiento, y las tareas científicas se recompensaran directamente con dinero, la ciencia dejaría de estar controlada por los sabios para quedar bajo el control de los ricos. La autonomía científica se mantendrá mientras el reconocimiento siga siendo el primer paso necesario para la recompensa del científico y mientras aquél no tenga precio”. Fin de la cita.
Por eso, con esta distinción que generosamente me concedéis hoy, obtengo la mejor recompensa imaginable. Ahora podré añadir a mi tarjeta de presentación: “Orgulloso de ser profesor Antonio Gallego de Fisiología”
Desde que inicié mi actividad docente, primero en la Universidad de Granada, luego en la de Extremadura, con alguna breve incursión en las de Oxford y Lancashire, muchos han sido los estudiantes que han seguido mis cursos. Cuarenta años de docencia universitaria dan para mucho. Sin embargo, pocos, escasamente 15, han sido los estudiantes de doctorado con los que he mantenido y mantengo una relación científica. Todos ellos han jugado un papel relevante en los artículos que he publicado y a todos ellos les agradezco su impulso.
Este es otro aspecto característico de nuestra actividad investigadora: nuestra labor en la promoción del conocimiento es una labor de equipo. Pero formar equipos es sumamente complicado, a pesar de lo dicho sobre el sistema de recompensas. Es muy complicado incentivar a estudiantes brillantes para que se dediquen a la ciencia fisiológica. Yo creo que lo conseguí con Juan Antonio Madrid, María José Pozo, José Antonio Pariente, Pedro Camello, Antonio González, Ana Lajas, Juan Antonio Rosado, Cristina Camello-Almaraz, José Antonio Tapia, Pedro Cosme Redondo, José Javier López, Isaac Jardín, Natalia Dionisio, Hannene Zbidi y Raquel Diez-Bello.
De los investigadores que he citado, escasamente la mitad tienen hoy una posición estable en el sistema universitario. Y esto es así porque, aunque acumulan méritos, durante los años precedentes el personal de las universidades ha sufrido una terrible política de recortes y de prohibición de la reposición de bajas y jubilaciones. Como resultado de ello, en la actualidad gran parte de los trabajadores de las universidades tienen contratos temporales, precarios e inestables. Esto nos preocupa, ya que, lógicamente, el desánimo producido por los problemas laborales comporta un riesgo alto de menoscabar la calidad las universidades.
Es desalentador comprobar que, según los datos del Ministerio de Educación, durante el año 2016 había 95.601 profesores en las universidades españolas. De ellos, 44.394 eran funcionarios (incluidos 803 interinos), 11.343 contratados fijos, 39.180 contratados temporales y 684 eméritos. Es decir, al menos el 41,8% de los profesores tenían contratos de duración determinada que incluyen falsos asociados, falsos visitantes, contratados doctores interinos, sustitutos interinos, etc.
Además, las estadísticas del Ministerio nos informan de la existencia de 16.328 investigadores, la mayoría con contratos de duración determinada: 6.396 vinculados a proyectos de investigación (art. 83 y otros), 483 contratos Ramón y Cajal, 243 contratos Juan de la Cierva, 903 investigadores postdoctorales no incluidos en los anteriores, 2.702 contratados predoctorales de formación de personal investigador (FPI), 1.897 contratados predoctorales de formación de profesorado universitario (FPU) y 3.307 investigadores predoctorales vinculados a programas de las comunidades autónomas y las universidades.
Pero los más de 30.000 trabajadores predoctorales que hay en España llevan más de un año en pie de guerra reclamando y negociando su ansiado Estatuto del Personal Investigador en Formación que, según recoge la Ley de Ciencia aprobada en 2011, debe regular su situación y acabar con la disparidad de sueldo y condiciones que existen en función de la comunidad autónoma en la que se encuentren y de la convocatoria de ayuda que consigan para hacer su tesis. ¡Y yo quiero ser hoy el altavoz de todos ellos!
La Ley de Ciencia establecía que el estatuto debía haber estado desarrollado en 2013, pero hemos llegado a 2018 y seguimos sin él. Mientras no lo tengan, denuncia Pablo Giménez, presidente de la Federación de Jóvenes Investigadores, "seguirá habiendo predoctorales muy formados que ni siquiera llegan a ser mileuristas". Como ejemplo cita los 720 euros netos mensuales (en 14 pagas) que ganan algunos predoctorales en Extremadura, 736 euros en León o 906 en Valladolid.
Garantizar sueldos dignos no es su única reclamación. Aseguran sentirse en un "limbo jurídico" y "desprotegidos" frente a situaciones como la que detectaron en febrero de 2017, cuando "de forma retroactiva y sin anuncio previo", se cambió el código de la Seguridad Social asociado a sus contratos, pasando de un código de obra y servicio a uno de prácticas.
Si formar equipos estables en las condiciones como las que he referido es un asunto complejo, no lo es menos conseguir infraestructuras para la investigación. Con la distinción que me otorgáis, la SECF tiene en consideración también la aportación que yo haya podido realizar a “la construcción de estructuras y generación de condiciones para el avance de la biomedicina y las ciencias de la salud”. La dificultad para llevar a cabo esta labor se acrecienta si se pretende llevar a cabo desde una región, como la extremeña, en la que las condiciones no eran, al menos en el siglo pasado, las idóneas.
Es cierto que, durante las últimas décadas, las diferentes administraciones y las universidades, también la mía, la universidad de Extremadura, han realizado importantes esfuerzos para crear grandes infraestructuras científicas en España. Y también para mejorar la formación de investigadores y la internacionalización de la investigación. Los esfuerzos han dado algún fruto: la producción científica española ha experimentado una aceleración sin precedentes. Sin embargo, el sistema necesita cambiar algunos elementos básicos que aún requieren corrección: la baja inversión en I+D en relación al PIB, la baja participación de las empresas privadas en investigación, la muy escasa cooperación entre universidades y entre estas y el mundo empresarial y, no menos importante por citarlo en último lugar, las crecientes dificultades que acechan a un joven que quiera embarcarse en la aventura de la investigación. Porque la investigación, como cualquier otra creación, necesita de suelo y ambiente.
Para que la situación cambie existe un amplio consenso sobre la necesidad de conferir a las universidades una autonomía real y más responsabilidades para que puedan iniciar políticas de excelencia, organizando a sus comunidades en torno a una cultura basada en la obtención de resultados y el respeto a un contrato social. La Comisión Europea destaca la necesidad de “nuevos modelos de gobernanza interna basados en la adopción de auténticas políticas científicas apoyadas por una gestión estratégica y proactiva de sus recursos humanos y financieros”. Y añade que “las universidades europeas necesitan afirmar su papel de actores económicos, capaces de responder mejor y más rápidamente a la demanda de los mercados y de desarrollar colaboraciones para la explotación de los conocimientos científicos y tecnológicos, preservando a la vez el carácter público de su misión y sus más amplias responsabilidades sociales y culturales”.
Al inscribir la reforma y la modernización de las universidades en la agenda de su estrategia global, la Unión Europea colma un déficit patente en su determinación de afirmar su evolución hacia una economía del conocimiento, en la que los actores de la enseñanza superior y de la investigación universitaria deben ser protagonistas. Solo poniendo en común las experiencias se pueden definir las líneas directrices que deben guiar las evoluciones. Sin embargo, la ciencia en España atraviesa un mal momento. El país ha recortado su inversión en investigación, desarrollo e innovación un 9% entre 2009 y 2016 mientras la UE lo ha incrementado un 27%. Al mismo tiempo, las restricciones burocráticas impuestas han paralizado la actividad en los organismos públicos de investigación y centros punteros de sectores estratégicos.
Por eso creo que son tan necesarios congresos como este que estamos desarrollando en Cádiz, en donde, más allá de presentar y discutir nuestros resultados de investigación, pongamos en común nuestras experiencias docentes y de gestión universitarias con la finalidad de transmitir a los fisiólogos más jóvenes en qué nos hemos equivocado los más viejos, como yo, para que ellos acierten. A ellos, a los jóvenes investigadores, nos debemos.
Termino agradeciendo a mi familia -Blanca, Eduardo y Almudena- y a todos vosotros, mis amigos, las oportunidades que a lo largo de mi vida académica me habéis regalado. Gracias.